Ahora que no me abrazas todo parece poco, hablo con las estrellas, quizá me volví loco. Sin jefe conocido, sin tareas previstas, sin horarios que cumplir ante las responsabilidades del orbe, liberado de los grandes designios y de los dogmas providenciales, al ciudadano no le queda más programa que la vida ociosa, esa jubilación sentimental aconsejada, en paralelo, por la comodidad del presente y por las manchas crueles de las viejas banderas. ¿Qué puede hacer uno con ilusiones de doble filo en medio de la tranquilidad de un balneario? Ni trabajar, ni rezar, ni estudiar en la madrugada.
Desde que no me llamas la tristeza me espera. Se asoma a las ventanas, se esconde en las aceras, en el sudor global de los turistas, el agobio del tráfico y de las salas de espera, las visitas masificadas a los viejos recintos de la soledad, los codazos de la multitud, alimentan las cursilerías de algunas almas cándidas que pretenden buscar la verdad con el antiguo espíritu de los viajeros románticos. Junto a los perros románticos.
Ahora que no me hablas he perdido el camino y voy de barra en barra, pregunto si te han visto. La subjetividad es una deuda perpetua, un espacio que busca sentido en las facturas y las hipotecas, un lugar vacío con pretensiones de quedar cubierto. Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu. Una habitación de madera, desde que no me hablas me siento tan vacío.
La vulgaridad no sería una mala solución para el mundo, siempre que estuviese mejor repartida. En penumbras, en uno de los pulmones del trópico. Los abismos existen también en las distancias cortas. Muchos ciudadanos, en vez de buscar los mares del sur o los paisajes exóticos de la lejanía, utilizan las vacaciones para encontrarse a sí mismos. Y a veces me volvía dentro de mí y visitaba el sueño: estatua eternizada en pensamientos líquidos, un gusano blanco retorciéndose en el amor. Un amor desbocado.
Hubo tiempos en los que la gente, sobrecargada de poder y vanidad, segura no sólo de sus certezas, sino incluso del lugar que sus certezas ocupaban en la realidad. Un sueño dentro de otro sueño. Las certezas se han convertido en preguntas, en viajes preparados como ejercicios de autoayuda, y uno se acerca a las selvas, a los mares o a los desiertos con una interrogación murmurada: "¿Usted, por casualidad, no sabrá quién soy yo?". Y la pesadilla me decía: crecerás. Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto, y olvidarás. Tus últimas palabras no sabrán del olvido.
¿Saben ustedes con quién están hablando? Soy la factura de una librería, un recibo de la luz, la cuota de un sindicato, de una organización política, de Amnistía Internacional, de tres niños apadrinados y del carné de socio del Real Madrid. En fin, soy una reunión legal de causas perdidas. Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. Estoy aquí, dije, con los perros románticos Y aquí me voy a quedar. Ahora que no nos vemos he vuelto a aquellos vicios, aprendí a echar de menos y nunca seré el mismo.