Me sentí perdido.
La arena me rompía la boca, pero grité:
Ni una arena soñada puede matarme ni hay sueños
que estén dentro de los sueños.
Un resplandor me despertó.
En la tiniebla superior se cernía un círculo de luz.
Vi la cara y las manos del carcelero,
la rodaja, el cordel, la carne y los cántaros.
Un hombre se confunde,
gradualmente con la forma de su destino;
un hombre es, a la larga, sus circustancias.
Más que un descifrador o un vengador,
más que un sacerdote del dios, yo era un encarcelado.
Del incansable laberinto de sueños yo regresé
como a mi casa a la dura prisión.
Bendije su humedad, bendije su tigre,bendije el agujero de luz,
bendije mi viejo cuerpo doliente, bendije la tiniebla y la piedra.
La escritura del Dios.
(Fragmento).
Jorge L. Borges
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